Ayer estrené mi copia y tengo una sonrisa de oreja a oreja. Quiero agradecer desde aquí a Homolúdicus por traérnoslo en nuestro idioma.
Voy a tratar esta reseña en relación al Le Havre, por el que se le ha cuestionado en repetidas ocasiones.
No sé quién lo dijo ya, pero el juego es pura glotonería para los que nos gusta las mecánicas de construir, producir y manufacturar cosas, ganar dinero y crecer sobre un tablero - En éste, cuando el tablero se te queda pequeño te compras otro, y otro, y otro más...
Aquí sólo hay prosperidad y números en verde para todos. Nada de primas de riesgo ni caras tristes.
Tras leer las impresiones de otros foreros sobre el OeL, fue decepcionante oír las feroces críticas con respecto a su calidad precio, su extrema semejanza a sus papás, y en particular a sus delgados y combados tableros. Admito que lo compré con la mala conciencia de ir a adquirir un seudónimo del Le Havre con unos componentes endebles y caros...
Pero chicos, qué queréis que os diga. No estoy de acuerdo con vosotros.
Para empezar no hay barquitos, hay asentamientos. Ya sé que a muchos el tema les resbala - lo que me parece estupendo, cada uno que se lo pase bien como quiera y pueda- pero para los que les guste meterse en el asunto les puedo garantizar que van a descubrir un color nuevo, igualmente tornasolado y lleno de candor como nos tienen acostumbrados las ilutraciones de Klemens Franz. En cuanto a la función de dichos asentamientos, se juegan desde la propia mano y el rol que desempeñan en el juego no tiene ninguna relación con la de exportar productos u obtener comida de la del Le Havre. Construimos asentamientos donde mejor puedan aprovechar los edificios que hayamos construido en un entorno.
En el OeL la adquisición de edificios es mucho más abierta para los jugadores, sin tener que localizar y trazar una ruta para conseguir tal o cuál carta entre las pilas de oferta del Le Havre. Todo está al alcance de todos. Las limitaciones están dadas por el tipo de terreno despejado que tenemos disponible en nuestros tableros. Es labor nuestra estudiar bien su topografía y las jugadas que podemos trazar en sus espacios relacionando cartas, asentamientos y guardando recursos de madera y turba para el futuro.
Todo esto es nuevo, no lo tiene el Le Havre - Ojalá-.
Aquí ves donde está el molino, la cantera, el huerto,.... Hay costa, llano, colinas,... Pero si al final te queda un Belén capitalista chulísimo. Con sus bosques, sus ciénagas. Cuando todo se queda pequeño abres nuevos horizontes añadiéndo más pintura al cuadro: Por aquí más playa, que se oigan a las gaviotas, que entre el Sol. Este bosque no lo quito, que queda de miedo al lado del palacio. ¡Ya está en la oferta de construcciones el castillo! ¡Vamos a hacerle hueco entre las montañas!Y cuando colocas los asentamientos empieza el jolgorio: Chabolas, mercaderes, artistas,...
En el Le Havre no existe ese sentido del espacio. Es algo que he estado buscando desde hace tiempo; un juego económico de construcción donde puedas disponer físicamente los edificios en un entorno. Lo ansiaba encontrar en el Urban Sprawl pero las criticas que se vertieron sobre él en el foro me hicieron ponerlo en cuarentena - Aunque sospecho que no se ha jugado lo suficiente como para merecer lo que se dijo de él. Tal vez algún día le dé una oportunidad-.
No nos obsesionemos por catalogar y juzgar sus mecánicas para saber en qué cajón abandonarlo, de que padre y qué madre ha salido. Entiendo que los que sólo miran su funcionamiento puedan verse superados por las reminiscencias que les pueda llevar al Le Havre. Aquí es donde podemos hablar del tema de la producción y la manufacturación de productos. Y qué si se parece al Le Havre.
Pero caballeros, si el juego lo ha concebido el mismo autor qué problema hay en que recoja un elemento tan dinámico, y sobretodo, tan divertido como ese para ofrérnoslo en el OeL. No ha sido un cortar y pegar. Está perfectamente bien integrado con el juego espacial de las cartas en el tablero. El sistema no ha perdido ni una hoja al tranplantarlo al lenguaje del OeL. Y aún así presenta su genuino aroma: Las cadenas de producción parecen más cortas que las del Le Havre pero el espectro es mucho más amplio y rico por la vasta variedad de productos que ofrece el juego.
Me quedo sin hablar de la fantástica adición del rondel de Uwe. Pura elegancia, como apuntaba nuestro amigo Gelete. Muy fresco, con la sencillez de todo lo genial.
El OeL se aprende en un plis viéndolo funcionar.
Cuando hay que pasar la ronda se mueve el dial del rondel un paso y ¡Volilà! por arte de magia todos los recursos en juego ven multiplicado su número.
Fin del misterio.
Las cartas indican lo que has de gastar para llevarlas a tu terreno y también el efecto que puedes jugar si colocas uno de tus clérigos sobre ellas. Facilísimo.
Las parcelas de campos muestran claramente su precio y los tipos de terreno que contienen. Nada más.
Lo que constituye la verdadera curva de aprendizaje - y no es nada pronunciada - es el desconocer qué cartas tomar de la oferta al comenzar. Pero eso forma parte del placer de comprar un juego con cartas e ir conociendo sus usos y combinaciones poco a poco.
No es nada difícil enfrentarse al OeL. En nada te ves envuelto en la vorágine del culto al ladrillo, partiendo de una granjucha y un mohoso monasterio perdido en un descampado, pasando por ir cortando bosques con una inconsciencia e insensibilidad pasmosas, a levantar edificios infringiendo todas las leyes de costas y añadir servicios para sacar el máximo provecho de la gente que viene a instalarse a tus tierras.
Acojonante lo que acabo de escribir ¡Se trata de construir tu propio Benidorm!
Finalmente, queda por tratar el tema de la calidad de los componentes. Ey, las fichas de los recursos son fantásticas - y su diseño, delicioso -, y hay montones de ellas.
El rondel tiene un grosor importante. Bueno, sólo hay un pasador, pero sólo vamos a usar uno por partida. Tal vez eso deteriore y afloje a la larga el giro del dial pero eso significará que lo habréis jugado mucho y su precio habrá sido bien amortizado.
Sí, sí, los tableros son finos. Y los míos estaban combados, pero nada que no solucione una buena sesión de estiramientos cartulinescos antes de empezar a jugar - ¿Soy el único que les hace estiramientos a los tableros?
-. Cuando has llenado media mesa de cartas te olvidas de esas pequeñeces. Sólo ves un monasterio y toda la riqueza que atesora a su alrededor. Lo has hecho tú solito. Podría haber sido mejor si tu oponente no hubiera emborrachado a tu prior con ese vino barato para que trabajase para él. Pero bueno, son gajes de eso de Orar y laborar.
No identifico OeL con Le Havre. No los identifico más entre sí ni tienen más razones para sentirse como postizas variaciones de un sistema que las que podría tener para referirme por ejemplo al Path of Glory respecto al HIS - o a cualquier otro juego de guerra que junte cartas, counters y mapas como For the People, etc... -. ¿Y qué si se parecen? Más razones para quererlos todos ¿Dónde está esa ley en el cielo que dice que está feo que se parezcan en cosas?
A nivel personal, el único fallo que le veo es que al no tener ni un gramo de azar, las cartas se conocen y están marcadas por letras por orden de aparición, no se barajan -¡Un juego con cartas que no se barajan!
-y porque la disposición del tablero con sus bosques es idéntica para todos, temo que la rejugabilidad del modo solitario se resienta. Pensaba llevármelo a China para matar ratos ociosos pero tengo mis dudas. Tal vez el Loyang sea mejor opción.
¡Mucha salud para todos!
Nota: Imágenes sacadas de BGG.